enero 08, 2015

Te sé guardar bien

Pareciera que el trago que bebo
jamás se termina,
que las alamedas y los olmedos
que ahora visito
no son sino el recuerdo de la visita
que prodiga el vivo al cementerio
para llorarle a sus muertos.

Todo esto una gran nube gris y maloliente
de la que penosamente llueven peces,
cuando extraño lo extrañamente bien
que me sentí cuando me rodearon tus brazos.

Soy aquel puzzle incompleto
de la cara de un tipo
que no halla la sonrisa
por no tener la pieza exacta
que se acople a su pecho
y a su boca,
al filo de su copa rota:
soy un recuerdo de aquel
que esperaba verte brillar
y estallar en carcajadas
mientras te contaba
sus más claras tonterías
cuando mirabamos
el mundo desde una banca.

Prefiero no decirlo
la mayoría de las veces
y sin embargo sé que lo sientes:
estoy jodido amor,
y el mundo me parece perdido
andando entre de las sombras
sin directriz ni corazón.

Pero te sé guardar bien
de las miradas crueles y ajenas,
de las lenguas que vivo me comen
y luego vilmente me interrogan
para saber de ti y de la forma
en la que a solas digo tu nombre.

Hay dos maneras poéticamente hablando
en las que suelo tirarme al suelo y pensarte,
la primera maquilla mis paredes de la sal
y la segunda es aquella que más me hace mal
y me apriosina a la botella para amarte
desde el maullar como niños de los gatos.

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