Aquí estoy y argumento
la mesa de la cocina
siempre será tibia conmigo
y el mejor lugar para trinchera
para escribir
para pensar
para sentir
para beberme la vida a tragos
estando tan a solas
y tan conmigo.
Sobre un banco de plástico verde
contemplo el cenicero y en él
un cigarro arde cruel y enardecido.
Me ha empezado a doler el alma
por los dobleces
y las marcadas arrugas
que acumula cuando la guardo
en el cajón ante los ojos de diario.
Entonces escribo y pongo el corazón
aún latiendo vivo sobre la mesa
mientras afuera los niños juegan
a la pelota entre risas color azul.
Escribo sobre mi gran pequeña guerra
y me revisto de un sudario hecho de tul
esperando el resultado de siempre.
Y en esta vida casi nadie gana
y si lo hace
no es por mucho tiempo
¡Mira los grises cementerios!
Tengo cierta afinidad con la verdad
y sin embargo miento a todas horas
y prácticamente ante cualquier persona
- ¿Cómo estas?-
Bien- contesto por default-
y así desde que tengo uso de razón
sin importar horarios todos los días
en los que estoy hasta el cuello del mar.
Es solo mi locura y así lo sé de cierto:
el autosabotaje algunas veces resulta
más dulce que un algodón de azúcar
comido a tirones con los propios dedos.
Quizás tan sólo sea
que no me convenga brillar
sino desde la marcada opacidad
tan taciturna y tan soez de mi gris
o que aún no hayan besado
mis labios el polvo del fondo
ni mis manos conocido la brea.
Tengo una brújula frente a mí
y me encuentro perdido y huraño.
Mi corazón
sobre la mesa
late febril
y eso
es algo
que no puedo evitar
a pesar de lo malsano
y de las flores que en marzo
ya piensan en abril.