¿Qué podrías decirme tú, que durante tantas noches me has dejado del todo ingrávido?
¿Dime, qué podrías, si ya no he sentido tu nocturno beso tánico?
Tu aliento ha cambiado el almizcle y la mirra por los prendidos sulfuros,
Concebidos en fauces lóbregas y senderos oscuros.
He perdido la soga que duranta tantas noches, en mi alcoba pendía de los tímidos candelabros
Y prometía el siguiente paso, de un modo mucho menos macabro;
Los relojes han sido despojados de su atávica misión,
Las manos ya no se juntan en oración a Dios,
Los cánticos rebotan en las paredes, sin un corazón.
Y aún no dices nada, tu lengua otrora de fuego, ha venido a mí en témpano,
En irrompible galciar, para dejarme seco, infecto.
Como mi alma que hace tiempo ya ha partido,
Quizás cansada de la quina y el alquitrán
A lugares mejor convenidos,
A los mares, a los bosques, a un tejado con mayor dignidad.
¿Qué podrías tú decirme ahora, a mi lado y de pie esperando tan solo la aurora?
¿Qué podrías tú, siempre conmigo, hermosa corruptora?