enero 25, 2010

Anónima

Foto de Eric Marváz.
Fue tu aliento a Ron el que me conquistó, cuando titubeando atiné a preguntar tu nombre y me llevaste tus labios al oído, susurrando un certero: "Lo pongo a tu consideración". Y yo con mi extraño palpitar de manos y pies, no pude hacer más que divagar.
Me ofreciste, a primera impresión y sin siquiera conocerme ahí sentada, tu propia melancolía a cambio de lo que pensé, únicamente mis bolsillos, podrían darte. ¡Qué errado el hombre, que para calmar los temblores que nacen de lo desconocido, ha de dar por sentado un hecho, y no repara en especular, así mismo, sobre su propia ignorancia! Mis bolsillos, aún estando a tope repletos, jamás podrían darte la comodidad de recostar sobre mis hombros tu cabeza, ni tu sexo, radiante, podría ofrecerme al cabo, arremeter contra mi propio oleaje, y llevarme, en dirección al levante.
Tan sólo te miré, de frente y sin vacilaciones. Tu mirada por instantes perdida y a la vez insumisa, tus labios cerrados en tono carmín, y ese par de medias negras, cobijando tenuemente la tersura de tus piernas. El cristo que colgaba en la pared con las manos sujetas por sus milenarios clavos, tampoco habría podido liberarse. Y las mías, sin más ataduras que una vida martillada por dogmas, sin poder tocarte. ¡Cuán estúpido el hombre, que influenciado por teorías evolutivas, olvida la naturalidad de la concupiscencia! ¡Qué ímbécil el hombre, que antepone a prejuicios y a malformados intelectos, a la divina redención otorgada por la Mujer en la intersección de sus piernas! ¡Cuán meramente imbécil yo, de pie bajo el dintel de la puerta, cuando esperabas ya, una caricia que te obligara a abrazarte a mi espalda!
En ese instante te creí perfecta, y ese fue mi error. Los sabios de barbas largas y pelo cano a través de los años, como eterna perorata han negado la perfección. ¿Quién sería yo, para negar la voz de la erudición?
Aquel cigarrillo entre tus manos, terminó por consumir los sueños; los tuyos, los míos, los que intuimos tal vez como nuestros. Mi pensamiento, ausente, frío, descorazonado, perdiéndose a través de las mariposas que al suelo caían. Y yo sin saber más, sin tener más que decir, después de haber ocupado con tu silueta mi cabeza.
Fue entonces... cuando cerraste tras de mí, tímidamente la puerta, sin siquiera dejarme en los labios tu nombre...

enero 18, 2010

Nada

Y resulta que aquí estoy, una vez más como es mi inveterada costumbre, con un vaso de Ron en la diestra y llevando mi mente a una forma mucho más siniestra. Y nada... supongo que no son buenos tiempos para sacar los demonios a relucir, tal vez sea el frío que según los meteorólogos llega del polo, tal vez sea este enero que pinta como el peor desde hace demasiado tiempo, tal vez sea que las Musas duerman, ó simplemente, tal vez, no sean los mejores tiempos para este vicio, que se me ha hecho, éste, el de escribir...

enero 11, 2010

Reflejos VII

Hay un espejo frente a mí, que no me deja en paz. Lo miro, e inevitablemente me percibo en él, sonriente, irónico, ensimismado. “No puedo ser yo, de ninguna manera”. Esa mirada envuelta en luz no es la que yo me conozco, no es la que percibo cada mañana al lidiar con las navajas del rastrillo, esas que aminoran mis años. No, me niego rotundamente a aceptarlo como cierto. Y esas gotas que me escurren por la cara queriendo, tal vez, a toda costa escapar.
El agua de la bañera me relaja, aún está tibia y quieta, como tú, Mujer. Aunque quizás tú, estés ahora, deslizando mayormente ese tempano que terminará, por helar tu cuerpo. ¡Y qué linda te ves, ahí recostada frente a mí, con el cabellos negros rozando con sus puntas el agua, que ya se torna roja! Tus pies aún parecen, desde su eterna delicadeza, querer tocar a toda costa mi piel, que no es más, que el saco que almacena mis huesos. He de cerrar tus ojos Mujer, para no ver más sobre ellos, mi reflejo.

enero 08, 2010

Miedo

Miedo el tuyo,
el de encontrar frente al espejo
al despertar,
tu rostro transmutado
en el mío.
Mirar tu cuerpo y tocarlo
con esas, tus manos
que de pronto son mías
y no poder siquiera
liberar al cielo un suspiro.
Miedo el tuyo,
el más nocturno,
el que te lleva a bajar
la mirada, cuando en lo alto
la Luna, brilla airada
y al oído te murmura
tan solo mi nombre.
Oler mis dedos
justo después
de tirar el cigarrillo,
después de sentirlos
quemantes dentro
de tu vientre.
Miedo el tuyo,
el dulce y diurno,
el que te impide encontrar
mis ojos entre el tumulto,
fijamente mirando tu escote.
Mi barbilla astillar
esa divinidad encontrada
en el nacer de tus pechos.
Miedo el tuyo,
a que jamás mis labios
se posen sobre tus pies,
que mi lengua
en arrebato lascivo,
encuentre de lleno
el sabor concupiscente
de tus caderas.
Aventurarte a cerrar los ojos,
aventurarte a creer.

enero 06, 2010

Merienda

¿Por qué será, que cada vez que escucho la palabra razón, racional o razonable, últimamente empiezo a sentir serios síntomas de un razonable deseo de perder la razón?
Luis Eduardo Aute.
"Waltzing Maldita"
Comencé por tirar mis entrañas, al más profundo de los abismos citadinos, llamados cloacas. No han de servirme más, no han de ser cosa ya de mucho valor en estos tiempos, que etiquetan todo y a todos, con una calcomanía que oscila un rotundo precio.
Poco después, siguiendo a cuestas mi propio camino, tiré mis manos una vez cortadas en pequeñas piezas, y con ellas mis cigarrillos. ¿Para qué habría de quererlos ya, si no podría sostenerlos?. Las arrojé a los perros, a aquellos que tan furiosamente por las noches me ladraban, y no hicieron más, que acercar sus hocicos y con sus narices, después olerlas. ¡Malagradecidas Bestias!
Seguí mi camino, a paso firme y ensimismado. Era el tiempo de arrojar mi boca, aún con la espuma de la rabia por no querer, ser abandonada. ¿Qué más me daba? Ella nunca se tornó protagonista en mis días, y mucho menos en mis noches. ¡Al Diablo pues con ella, que si a caso regalo un par de sonrisas.
Llegue a casa, y ubicando el pasamanos de la encalada escalera, me deshice de mis ojos, ¡Y qué dolor! Subí al segundo piso y me dispuse después de, a fuego lento cocinarlos, encontré la falsedad de aquella frase que dicta, que de la vista nace el amor. Un poco de sal y el cubierto de plata, que así he llamado solo por su asemejado color.
Una vez merendado, saqué a tiras mi corazón, aún jadeante y palpitando y tan solo me recosté, a esperar el tren más próximo a la razón.
Dedicado a Mondragón de Malatesta,
por su oscuro misticismo en este vicio de las letras.

enero 02, 2010

Cierta Historia sobre la Mesa

Sobre la mesa, mis manos, que con sus chasquidos de pronto rompen el silencio y el crujir de la madera. Mis sienes palpitando, con cierto ritmo, con cierta métrica, lenta y dulce a manera de vals, solo que rodeado por un ambiente, mucho más fúnebre. Mis pies, bajo las patas de la silla (¿qué diferencia puede haber, entre patas y pies?) se cruzan, un tanto indiferentes, apartados de sí mismos, sin ánimos, sin deseos, sin una razón aparente.
Sobre la mesa, ahora recargados mis antebrazos, y la madera parece crujir más. "Debe ser de pésima calidad" (me digo), aunque se que me engaño, no logró aminorar la carga que ahora recae sobre ella. "¡Cuanto pesa mi cuerpo, ahora que a solas me encuentro!" (otra vez me digo). La camisa se ha desabotonado y el frío entonces entra y se cuela hacia dentro. Ese frío que de pronto hace sudar y que convulsiona la mente y parece querer sacar al propio espíritu, desterrarlo, llevarlo a los confines del desamparo, allá, muy cerca del olvido.
Sobre la mesa, ya mi cabeza ahí tendida, mis antebrazos levantados, mis manos revolviendo mis cabellos. La madera hace un arco, aunque ya no cruje, o al menos ya no la escucho. Mis piernas han muerto, mi piel palidece, mi pensar se va alejando... El frío se atenúa, la Luna y el sol a lo lejos copulan. Ese extraño aro de luz, se acerca, cada vez más, me ciega, me absorbe, me quema...

enero 01, 2010

Pensé...

Pensé que esta noche
la Luna no vendría,
pensé también que hoy
no me embriagaría.
Y a pesar de todo,
pensé que esta noche
a mí, llegarías.