enero 11, 2010

Reflejos VII

Hay un espejo frente a mí, que no me deja en paz. Lo miro, e inevitablemente me percibo en él, sonriente, irónico, ensimismado. “No puedo ser yo, de ninguna manera”. Esa mirada envuelta en luz no es la que yo me conozco, no es la que percibo cada mañana al lidiar con las navajas del rastrillo, esas que aminoran mis años. No, me niego rotundamente a aceptarlo como cierto. Y esas gotas que me escurren por la cara queriendo, tal vez, a toda costa escapar.
El agua de la bañera me relaja, aún está tibia y quieta, como tú, Mujer. Aunque quizás tú, estés ahora, deslizando mayormente ese tempano que terminará, por helar tu cuerpo. ¡Y qué linda te ves, ahí recostada frente a mí, con el cabellos negros rozando con sus puntas el agua, que ya se torna roja! Tus pies aún parecen, desde su eterna delicadeza, querer tocar a toda costa mi piel, que no es más, que el saco que almacena mis huesos. He de cerrar tus ojos Mujer, para no ver más sobre ellos, mi reflejo.

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