enero 28, 2015

Déjame contarte

Déjame de una vez contarte
que la mendicidad de ésta poesía
tan burda siempre y tan mía,
no precisa intelectos sobrenaturales
sino empatía y latidos colosales
buscando un poco de calor
entre mis constantes vicios
y la llama azul de mi pasión.

Debo ser más simple, lo sé;
regresar a los latidos ciertos y sencillos
con los que escribí mis primeos poemas,
mis primeros cuentos del arrabal
siendo ya un adulto cuando niño,
y hablar de la esperanza de un dios,
como aquel que hallé entre tus brazos
una noche metido en un barril sin sol.

Yo no preciso nada cuando los vientos
soplan fúricos refutando mi forma de amar,
pero es lo que tengo y entonces me entretengo
buscando tus pechos en el fondo del mar,
en esta mediocridad de los tiempos
y en el vaivén en el que siempre devengo.

Quizás todo lo anterior esté por demás decir
cuando los cuervos se me vienen encima
graznando su terror acantilado en mi tinta
que expira cuando estoy contigo y sin ti,
bebiendo mis tragos y afilando las navajas
en este crudo enero a solas y sin rebajas.

Sabes, hubo una vez que me creí
estupidamente y por completo,
todo aquello que la gente decía de mí,
lo bueno, lo malo, lo peor, lo incierto
y aquello que las chicas murmuraban
en torno a lo que percibían en mis ojos.

Pero he cambiado, como lo han hecho
por tanto tiempo los animales para adaptarse
a los cambios de humor repentinos del viento,
y en el rostro que me quito noche a noche
no quedan más que fragmentos de aquel que fui
tratando de ser más yo y mucho menos
la figura gris vulnerable siempre a la crítica,
de las masas que dicen saber quien soy
y no un soñador con preferencias míticas.

Pero hoy me haces falta tú
y t u figura abrazando mis mañanas
a medio día con furiosa resaca,
me hace falta tu risa y las estrellas
que guardo entristecidas en un cajón
y el camino que de tu mano sin más reía
sin importar la carencia de luna o de sol.

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