Ella me miraba
dulce, tiernamente
mientras que yo,
ensimismado y febril
leía a Hemingway
y de cuando en cuando
levantaba la mirada
solo para toparme
con sus delicados ojos.
Ella leía, también
y entre sus manos el libro,
y adoptaba un semblante
extravagante parecido al mío.
¿No ves que soy un loco,
un extraño y un solitario?
-pensé-.
Pero no pude atinar
a decirle una palabra
sino a esbozarle una sonrisa
y ella sonrío, también.
Dios me perdone por ello...
No hay comentarios:
Publicar un comentario