enero 06, 2015

Algo ocurre

He estado leyendo
a los sabios y a los viejos,
a los locos, 
a los que yacen muertos buscando tal vez
un rastro en el pecho de sol de verano,
cuando tan poco queda por decir
que no haya sido dicho antes
o sentido palpitando el corazón
de otras manos.
Y entonces vuelvo a mí,
al espejo empañado y a usar los anteojos
que desde siempre he destestado,
a esperar los trescientos sesenta grados del reloj
entre hora y hora,
en este cuarto que es
y no es mío,
cuando me descubro cada vez más a solas
y empiezo a beberme la mar entera
en cada trago.

Algo ocurre
en las entrañas en este mundo
tan plagado de ciegos del alma,
algo ocurre bien lo sé,
por que los gatos del vecindario
como niños pequeños maullan
y tardan en reaparecer
más de tres días
y el mendicante prefiere
una charla a la moneda acostumbrada
haciendo estragos en su sombrero de palma.
Algo ocurre en las tabernas
y los bares donde las putas
sin reparos la boca del amante besan
y cierran los ojos al hacerlo
para imaginar que también ellas sueñan
tratando de alejarse del desamparo.

He estado leyendo,
tanto, demasiado
y el buzón ha comenzado
con su vomitiva de letras
que nada más que tinta negra
sobre papel contienen
y la caligrafía de la gente
que espera un aplauso por ellas
cuando,
ni siquiera serían capaces
de agradecer por no recibir
un puñetazo en las narices
ante menudas estupideces
nacidas en esa idea precaria
de compartir.
Y entonces
he escrito bastantes poemas
en los que contesto el error de la letra
cuando se escribe para agradar,
pero todos ellos
han ido a parar al cesto de basura,
por que no está en mi decálogo de la locura,
la idea atroz de corregir.

Pero es enero
y el frío es peor y más demoledor
situado en el centro del arrabal
donde la gente de hambre
algunas veces,
de desilusión otras tantas
o simplemente de frío muere.
Y entonces,
mi buzón vuelve a vomitar
ya su espesa bilis
cuando algo terrible ocurre
en este mundo
mientras la gente escribe sobre esperanza
y prefiere tirarle una moneda
cada día al vagabundo
que destinarle un abrazo
y cinco minutos de empatía
recubierta de charla,
cuando más que comer,
dejar de ser terrible
es lo que requiere.

Me entristece entonces
el maullar como niños de los gatos,
todas aquellas putas
que no recibieron un abrazo
deseando un feliz año
y más aún
toda esa gente que escribe idioteces
desde la comodidad aclimatada del ego
que les impide nítidamente ver
que algo terrible ocurre.

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