Ahí estaba yo
con mi cara de imbécil
viajando de pie
en el autobús de las seis treinta
cansado, resacoso, podrido
y ahí mismo
justo al fondo
estaba ella radiante
y era la misma chica
aunque ahora un tanto distinta
llevaba carmín en los labios
y los ojos cerrados.
Por un momento los abrió
me miró -lo sé por que la vi-
y después
lentamente los volvió a cerrar
y yo me sentí más imbécil
que al principio
cuando aún no la había notado yo.
Sé
que tan solo me miraste
para que pudiera yo
mirarte lindamente radiante.
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