En la penumbra un dios
se disfraza de tierno demonio
cuando he de sacar a pastar
mi remedo de unicornios.
He estado jugando a los volados
con la más certera y cruel de las suertes
y he absolutamente y tristemente perdido
un brazo y el castaño de mis ambos ojos
mientras contemplaban el azar de la muerte.
Dios es igual al semblante del poeta
que se pensó capaz de ser proxeneta
y capaz de superar la espesura del yo.
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