Abro la puerta y por ella escapa
el humo azúl de los cigarrillos
encendidos durante toda la tarde
entre nueve metros cuadrados
de tabiques febrilmente enrojecidos
cuando ahora mismo ya es de noche
y el alma mía con maleta en mano
no decide largarse por fin con destino
a la empatia del ninguna parte.
Cierro los ojos, después los abro
y doy cuenta que sigo soñando contigo.
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