El punto al que yo miro
es aquel en el que los gusanos
revientan la panza de los perros muertos
que amanecen en el vecindario,
aquel en el que las flores nacen dehojadas
y sin embargo algunas veces cantan
su aroma a tierra recien bañada
por el rocío de estos tiempos cruentos.
Algunas veces uso gafas oscuras
para ocultar estos ojos míos con resaca
y otras tantas me muestro cual soy
para llorar mientras tibiamente sonrío.
El punto al que yo miro
resulta una patada en el culo
para las masas uniformemente grotescas
que abarrotan los andenes de la vida
con sus existencias tenues y amarillas.
Yo sin embargo, después del vicio
y del humo azul de mi eterno tabaco
busco la sombra de nuestros días
para charlar de arrabales y de la muerte
encantadora que a todos lados cargo,
intentando amasar una belleza diferente
que admita de buenas mi pardo latido
soportando tremendas patadas en el culo
sin esquivarlas, como lo hace la gente.
Alguien sale media noche y rocía
de cal el hedor de los perros muertos
y así el mundo maquilla la vida,
para mirarla menos cruel y mejor.
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