Algunas veces duermo hasta tarde
y en la resaca de la inconciencia del sueño,
la muerte atiza una brasa que aún arde
y cruje como sólo logra crujir si vivo el pecho
se vuelve una honda que mata gigantes.
Ya no me quiero morir como los sabios
que por tantas y tantas noches leí,
entre botellas de alcohol y temblores de labios
pensando en los ayeres en los que sin más sonreí,
ajeno y distante a la cola carmesí del diablo.
Mañana, tengo que despertar sobrio y temprano
por la copiosa necesidad de mis bolsillos vacíos
de capital y de su enorme malestar embriagado
en la esperanza de un futuro menos sombrío,
en el que duermas conmigo siempre a mi lado.
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