Las once con veinte y la luna sonríe
ante una de esas grises noches
en las que soy apenas un frágil cascarón
con el veraz sentimiento tibio y empañado,
con la propia verdad hecha jirones
y con el pecho por demás enlutado
por la ausencia y la distancia siniestra
en la que late mi azulado corazón.
Once con treinta ya y cabe una nube
entre mis ojos pardos que no llueven
las sales de los mares que se cargan
cuando algo bajo el vientre me sube
y entre tus brazos la vida me requiere
para esperar el paso de las nubes blancas.
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