Cada vez es menor la luz de las bombillas
y más blanquecina, han cambiado su forma,
también, para terminar siendo espirales
que para nada atraen los insectos nocturnos
mientras escriben a solas los que se saben locos,
y los que naufragan cada noche entre arrabales.
Mi habitación es tan fría como los polos
y estando en ella, desestimo la bombilla
por que tibiamente me alumbra una estrella
de tono azul y jamás hasta ahora blanquecina.
Yo, que nunca he entendido del todo los colores,
pinto vitrales carcomidos por el latir del verso
una vez apagada la luz y los fieros designios
que en otrora me auguraron todos los males;
yo, tan poco creyente y tan sujeto a la cruz,
te escribo tinta negra y con el pecho siempre terso
buscando brillar como hombre contigo.
Cada noche es más dulce el dorado sueño
de tenerte a mi lado y más necesario el siempre
de tu abrazo rodeando febrilmente mi verso
cuando a la luz blanquecina de la bombilla
se me abultan las ganas de ti bajo el vientre;
y se me viene encima toda mi melancolía.
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