abril 06, 2015

A Janeth

Algunas veces me hago el odiota
y otras tantas
simplemente lo soy.

Nada es fácil y entre las calles
ya bien entrada la noche
lo es mucho menos,
por más que el demonio
se vista de dama sensual
y se ajuste ante mí los senos.

Todo esto pareciera una maldita locura
para quien se encuentra ciego
peinando sus cabellos frente al espejo.

Una de mis mayores verdades
radica en el hecho
de decir que estoy cansado.

Cansado de los pies,
del alma que otrora me platicaron,
del corazón tan hijo de puta
que a todas horas late,
quizás un poco de la letra
y del verso, de la hinchazón testicular
por la mañana;
estoy cansado de los días de lluvia
y de llegar a casa empapado de fracaso,
de dormir embriagado y solitario
entre alquitrán y sinsabores
que saben a talio
cuando la boca ante ti me desnudo.

El mundo no entiende mis ganas
ni sospecha del poeta que elucubra
su propia sangre derramada
tras el disfraz de hombre de bien
con la corbata perfectamente
por el cuello anudada.

Y entonces voy y vengo,
me tomo un trago cruzado con la muerte
que inevitablemente me ronda el pulmón
y ambos riñones,
a esperar en esta habitación a solas
un reflejo de esperanza
en la voz de mi caracola.

Algunas veces es triste
caminar por las aceras esperando
la levitación de colibrí
cuando mis manos bautizan a quemarropa
de tinta negra
la escasez de mi alpiste,
y otras tantas es más triste,
rayar en la opacidad del brillo de un diamante
vilmente sombreado en gris
iluminado por el nácar de una luna
que duerme cada noche junto a mí
y sin embargo, no existe.

Es difícil escuchar a Charly Garcia
sin sentirse un dios desterrado
o a Joaquín Sabina sin enraizarse de tajo
al dulce sabor de la melancolía;
es difícil leer a Bukowski
sin encontrarse de pronto
como un perfecto marginado,
o leer al buen Benedetti
sin hallarse jodido y radiante,
mientras la bola de las brujas
predice para mí una inclemente muerte
que pretende ser gratificante.

Sin embargo y pese a ello,
me sulfuran desde dentro
tranquilamente un te amo
y un quédate por siempre conmigo
para ser la razón por la cual
a media noche algunas veces destello;
y dentro del ensueño que para mí sonríe
hay una mujer que me mantiene con vida,
luchando contra la propia idiotez de mi ser
fastidiado ya de patear la piedra cuesta arriba
del neceser del fracaso.

Algunas veces me hago el idiota
y otras tantas lo soy,
mientras me crecen algunas canas
y me sigo muriendo por verte despertar
bien sujeta a mis brazos sobre mi cama,
para cambiar por completo mi luna
por el sol y apagar para siempre en ti,
mi azul corazón y los temblores
que anteceden al verso pintando un
punto  final como el rotundo fin
que sólo preciso entre tus brazos

PD. Te amo, nena. Ya no quiero más fracasos.

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