abril 21, 2016

Más que empotrarme en tus caderas


Bebo sereno el sexto trago,
me lleno de certeza las manos
hasta los besos de esta boca
que ha sido enjuiciada por cinismo;
y sigo siendo sin remedio el mismo
geniecillo de barrios de mala copa,
el que sostiene entre labios el tabaco
que lo acompaña siempre paso a paso.

Bebo por que no te tengo,
y cuando te tengo quiero beber,
por la dicha inmaculada de tenerte
esperando juntos ese amanecer
recién pintado de mejores suertes.

Bien sabes de lo que hablo
y de la fatiga que producen los andares,
yendo de la mano de nadie.

Yo soy un tipo terrible, por ejemplo;
pero soy mejor que nadie
y con todo lo que tengo te beso,
cuando me abrazo a tu talle.

Y entonces pienso en la cautela
y en la forma en que abrimos despacito,
para no despertar a los críos la puerta
y en cómo el mutuo latido entró con brío.

Ayer te veías tan linda y si no lo dije,
fue por que hay mucha gente
que ya de buenas a primeras, te lo dice
y yo prefiero hacerte sentir hermosa
con el último aliento de mis caracolas,
que tanta autoridad le dan a la muerte.

Y entonces empiezo a sentir
aquel vaivén solitario de la ebriedad,
y mi letra es lenta en el séptimo trago
y ya no precisa ninguna vanidad.

Pero sigo bebiendo y ya mañana
despertaré con una fiera resaca
que lamentaré estando en el trabajo,
sin poder beber siquiera un trago.

Sabes, te necesito desde aquel día
en el que torpemente besé tus labios
y volví de lleno a ser capaz de sonreír
para demostrar al mundo la alegría
que el peor de todos los terribles diablos
puede por una bella mujer aún sentir.

Toda esa cautela que para ti tengo,
no es más que la protección que preciso
para que el día menos pensado,
pueda decirle a la muerte que estoy contigo.

Sigo bebiendo, corazón
y empiezo a notar cómo poco a poco
las bombillas de los vecinos se apagan,
como lentamente este gato se calla
cuando por ti se declara un loco
y pretende dormir embriagado de ron.

Más que empotrarme en tus caderas
me hace falta sentirme en tu belleza.

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