Las tenues margaritas me dicen sí
y sin embargo una nube de alquitrán
persigue todavía la estela del gris.
Así, tan estúpidamente inevitable
vuelvo al viejo cascarón agrietado
de la rojiza habitación donde la muerte
me precisa jodidamente embriagado.
Y entonces te pienso a lo lejos radiante
hilvanando entre tus manos frías
ovillos de estrellas aún en menguante.
Algunas avecillas rondan con su canto
y a todas ellas más de una vez he matado
con esta honda de cinismo y desencanto
balanceándose en la punta de una estrella
divina sin necesidad de dios ni de santos.
Las margaritas afirman la luz del abismo
cuando se bañan de la insumisma necesidad
de estar siempre para ti y contigo.
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