Rómpete en mil pedazos la cabeza,
juégale al mago, al fakir, al equilibrista
e intenta mantener a flote el corazón
dentro del agua estancada de un florero
mientras todos bailan y tú a solas bebes
o fumas o inhalas o buscas el fiero arpón
para penetrar la mansedad de tus venas;
vuélvete confidente de la media noche,
del misticismo del latido que previene
antes de que el reloj marque las tres am,
escribe sobre la piel emplumada de la serpiente
sin saber siquiera si es dios o un diablo
repentino naufragando sobre los dos hielos
que le sobreviven al carmesí de tu último trago.
Evita los amores etiquetados de posibles,
los polvos mágicos por que el alma gangrenan,
las musas de mala pinta que los labios se pintan
cuando desdichado te ven y no te miran;
evita las cartas de amor cuando te estés muriendo
de soledad metido en un podrido cascarón
que nadie nota porque duermen innertes.
Quiébrate el futuro mientras te aceitas
el pecho si rechina y embalsámate las manos,
dale eterna cuarentena a la torpe razón
y busca solidaridad en los estúpidos sabios
ahora muertos que prefirieron la locura y la letra
al encapsulado vendaval en el que mundo
tranquila y apaciblemente muere,
sin reporte de hallar en tantas noches desiertas
el nácar de luna y de la ola del mar.
Y no seas un poeta sino un hombre.
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