Tras la sonrisa febril del mundo
las aves negras aún habitan,
un tanto desplumadas y tiritando
de frío, inclementemente graznan
por tras el último esertor emergido
dentro de la boca del moribundo.
Tengo un corazón y una coraza,
una escopeta para matar cuervos
y este cálido rumor de la esperanza,
y ella barres tú el polvo de mis huesos.
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