marzo 09, 2015

Hablo de mi poesía, nena

Todo esto
no tiene razón de ser,
si no resulta tan contundente
como el tiro de una escopeta
alojado en la cabeza
a través de las fauces que otrora
enmarcaron una boca grangrenada y rota.

Hablo de la poesía, nena,
de los pajaros enjaulados
entre las manos
y de las bolas de las brujas
que sin quererlo,
cada noche le acontecen fieramente al poeta
en el pecho,
en ese pecho cubierto de latidos
que suben hasta las siennes
donde las sombras revolotean en círculos
y en espirales sin simientes
donde puedan apoyar sus sueños
pretendidos de grandeza.

Mueren los sauces tristes
y las perdices a pedradas
mientras el mundo
esconde su cobarde mano.

Y es este un mundo de cobardes
y de infieles, de ladrones,
de hijos de puta que eyaculan
sobre la cara de sus mujeres
mientras sus esposas les creen a quemarropa
el beso dado por la mañana
seguido de la falsa quimera
de un te amo.

Este es un mundo de corsarios
nacidos bajo el esquema lineal
de todo aquel que nace
con un atrofiado corazón
dispuesto a pasar por alto,
que el vagabundo muere de amor
y también cada noche de frío,
mientras la vida los mantenga
por siempre
en un día Domingo tomando el sol.

Yo mientras tanto,
sigo bebiendo ron a solas
y mi escueta verdad,
sentado en la misma silla escribo
mientras mis puñales afilo
contra la cresta de la ola
que estoca mi ser con su mar;
y entonces parezco acomodado
en la letra y plasmando estupideces
a lo borracho y a lo radiante,
cuando la luna no brilla por sí sola
y necesita en la frente una estrella.

Trato de ser lo más cierto posible
y me perfumo de un sentimiento veraz,
si cada noche que escribo
termino por morirme y no me muero del todo
por hallar un gusto
terriblemente inveterado
por aquello que está perdido,
por sentir entrelazadas en las mías
tus manos, mientras me sé
un perseguidor del arcoiris
sin el resplandor de una olla de oro
y un pelmazo
para todo aquel
a quien le he sido una imagen preferencial
de  sus demonios más aborrecidos.

A mí, que soy apenas
un polizonte en la barca de un terrible poeta,
sólo me basta una verdad
que sea y se diga a quemarropa mía,
una noche en la que nazcan de la nada
radiantes soles que sustituyan a las aves
que yacen muertas,
bajo el frío gris de las piedras
y la seguridad saberme en un hogar
alejado de las sales del mar,
a la espera de un futuro
en el que nada valgan mis sabios,
ni este sudario que me enmascara
de tul el rostro y las manos,
cuando pretendo que el todo seas tú,
nena; y hallar una luz entre tus labios
mientras sigo malversando la letra.

Y entonces mi poesía es así,
tan de crueles arrabales, de borrachos,
de perros que persiguen a los gatos
zigzagueando entre las avenidas,
tan mortal como una daga afilada
y es sib embargo un beso
de forma empedernida buscando tu boca
y los linderos de tu vida nacarada.

Hablo de mi poesía aún sin precio, nena
y de la brillantez de la estrella que hallé
y sigo hallando tiernamente en ti
cuando la propia letra me cercena.

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