septiembre 30, 2013

Del vaivén de la mar

"De arena y luces multicolores,
de humo, de cancer, de blasfemias
en ayunas, de tragos pensativos
de demonios sonrientes, de soles
copulando a la distancia con la luna.

Y así, amor, mi vida..."

Gabriel Salinas.

Incluso las estatuas de bronce
que los parques eternas habitan
han de mirar con cierto recelo
la maquinal sombra del hombre
cuando entre la nada se pierde
inmerso en torbellinos y mezquitas
en las que se derrumba el cielo.  

Todo ha venido a ser material
cuestionable, carroña para el cuervo
que vuela cada vez más bajo,
blanco empedernido de alabardas,
de cortes en la garganta de tajo
ante los ojos febriles del ciervo.

No pretendas entender siquiera
la mano del demonio que se posa
en mis hombros y ha de dejar su aroma,
su nácar, sus uñas en mi piel postrera
ni estas horas que me arrastran a pensar
en la manía de mi bien vuelto espeso mal
mientras sigo consejos de quimeras.

Soy de ti, a caso lo que me dejes ser,
un reflejo cordial y de rosas estridentes
y el morbo más prohibido al perecer
cuando no preciso alojarme en tu mente,
cuando callo y sólo busco un beso perenne
y tus labios en verso alejándome de la muerte. 

No es nada, constantemente
me viene una ola a las ganas
y el horizonte se me nubla
de pesares y gotas de alquitrán;
no es nada, irrevocablemente
es mi adicción del vaivén de la mar.

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