enero 09, 2016

En el armario

He vuelto al ron blanco con coca-cola
a tratar de esconder en el armario
las ganas que me quedan libres aún
de todo magnífico roce con el pecado
y he fumado tanto que la escasa luz
de esta habitación rojiza se me enrola
entre nubes grises y tonos azulados
cuando tan sólo miro mis cuadernos
abandonados en la más oscura esquina
aquella que colinda con el desencanto.

Todo sigue igual como un ayer perenne
solo que me he afeitado la barba
y he dejado crecer libre mi cabello
he escrito un par de cuentos terribles
y mis cojones siguen cargados de semen
sin encontrar un final febril y bello.

Juliette ha estado conmigo sonriente
me ha estado escuchando cantar
con mi voz queda a la media noche
ayudándome con su sol mayor
a encontrar la afinación displicente
de la caracola que me trajo la mar
para beber y cantar cuando no pasan coches.

Es sábado por la noche o ya domingo
no lo se de cierto como tampoco sé
del secreto de la vida tranquila del hombre
que antes de dormir se rasca el ombligo
y se tira un pedo frente a su mujer
que lo mira pronunciando su escote.

¡Qué bien me cae siempre el ron blanco
el cenicero hasta el culo de colillas
de cigarros y cigarros que me he fumado
hasta terminar con las uñas amarillas
y con una tos de los mil diablos!

He comenzado a embriagarme ahora
siento las luces cada vez más tenues
la música que suena en mi cabeza
es más armoniosa y sin tantos pliegues
al reloj le importa un coño dar la hora
y las sombras se follan duro a la belleza.

Algunas veces pienso que he llegado
a la mejor etapa de mi errática vida
en el peor y más cruel de los momentos
mi generación es una macabra broma
como una horda de pájaros atolondrados
sujetos al mismo cable de un tranvía
que cuando pase les robará el aliento
sin saberse siquiera felices por el soma.

Es triste estar aquí esperando el alba
a solas como casi siempre y escribir
acerca de los idiotas de mi edad
paseando en autos lindamente veloces
durmiendo con sus mujeres en calma
ignorando la mala facha de vivir
teniendo por fiel consejero al mar
que anuncia aullidos en ecos feroces.

Pero ¿Qué saben ellos de ser poeta
de mendigar un dejo de esa belleza
que anida por doquier entre las calles
y de las mujeres sujetas a un proxeneta
que jamás le hablarán de la grandeza
de amar a quien las bese con detalles?

Ellos no saben nada de ello ni de la luna
que se eclipsa en la mirada de los locos
que precisan una extraordinaria locura
mostrada noche a noche y de a poco
mientras recuerdan y reviven la musa
que dejó sin luz todos sus blancos focos.

Y entonces sigo pensando en lo mismo
en el ilustre ron blanco con coca-cola
en el ejercito de cigarrillos ya muertos
en mi generación llena de severos idiotas
en Juliette escuchando mi voz queda
en el valor devaluado de mi vil cinismo
en la voz aguardientosa de mi caracola
en los cuervos que he dejado tuertos
y en mi verso naufragado entre copas
tejiéndome una fina trampa de seda.

En el armario tengo aún colgados
un par de espécimenes de te amos
mientras yo sigo bebiendo ron blanco.

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