diciembre 08, 2014

Que la iglesia me perdone

Las catedrales no son lugar para las sombras
ni los altares para fotografías de aquellos vivos
que desde hace tiempo sin quererlo han muerto
como lo vienen haciendo los versos taciturnos
y eternamente cobardes que a deshoras escribo
cuando pierdo mi turno para entrar en el cielo.

Nada me dice dios cuando pregunto mi situación
con el banco mundial, o del dogma del arrabal
donde he nacido con la triste y penosa vocación
de arrastrar siempre, con los pies la sal de la mar
envuelto en el designio cruel de la razón
quse se madura en soledad bajo el vientre.

Nunca he sabido rezar y aquel catecismo
que tomé cuando niño, sólo me ha dado
para demostrarle al papel de mi atávico cinismo
que lo mío, sin contemplaciones, es amar
y después naufragar entre un verso hondonado.

Que la iglesia me perdone entonces...

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