diciembre 11, 2014

Cuando el reloj la vida cercena

Algunas veces me apena
toda esa horda de ideas
que innacabadas, han tenido que parar
en el cesto de basura
prendidas a la sombra martajada
por la piedra, que cada noche
ha de caerme sin contemplaciones
desde una empinada colina.

No miento si afirmo que mis ganas
a media tarde aguardan sonrientes
un estrato de suerte que me inunde
del rayo que emancipe a la muerte.

Y fumo tanto y las cenizas esparcidas
de mi tabaco me nublan la mirada
y con su eterno gris, no hacen más
que invitarme copiosamente un trago
en el que mueren las aves en bandada.

Me apena también a solas el mar
y el nácar que reviste la caracola
en la que ya nadie el oído asoma
para escuchar en ella la verdad
del viento que afilado, tan sólo esboza
la frialdad de la paredes embadurnadas
de un pasado bajo un puño de cal.

Y entonces escribo tanto que mis manos
exigen el pago de horas extras y la creación
de un sindicato que proteja su triste trabajo.

Todo esto en verdad me apena
cuando me encuentro dentro de una habitación
desierta tratando de dar respiración artificial
a un corazón que se me muere de pronto
y de viejo, cuando el reloj la vida cercena.

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