noviembre 04, 2013

También los pecados sangran

Son mis manos, estas manos cobardes y autoras
un lecho grisáceo que pretenden de tus ojos la luz
que ha de quemarme el pecho esperando la aurora,
la multiplicidad del moho en mis panes y la libertad
azul de los peces que por la boca mueren, el siempre
que termina amordazado por el nunca y la fatalidad
de una caricia de sol y tierno oleaje que jamás te toca.

Yo, que a menudo me abandono por que sólo así
me quito la corteza y brillo, soy el guardián de los detalles
que ensalsan mi tenue brasa de los tiempos imposibles,
en los que no puedo morir abrazado al candor de tu talle
ni arrojarme del todo, a la felinidad de ser certero contigo.

También los pecados sangran el carmesí
de la aurora, cuando no duermo y la cálida
aureola del recuerdo te palpita de noche
inmersa entre estas ganas que te atesoran.

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