noviembre 23, 2013

A medida que van pasando los días y las noches

Pero tú existes ahí. A mi lado. ¡Tan cerca!
Muerdes una manzana. Y la manzana existe.
Te enfadas. Te ríes. Estás existiendo.
Y abres tanto los ojos que matas en mí el miedo,
y me das la manzana mordida que muerdo.
¡Tan real es lo que vivo, tan falso lo que pienso
que -¡basta!- te beso!
¡Y al diablo los versos,
y Don Uno, San Equis, y el Ene más Cero!
Estoy vivo todavía gracias a tu amor, mi amor,
y aunque sea un disparate todo existe porque existes,
y si irradias, no hay vacío, ni hay razón para el suicidio,
ni lógica consecuencia. Porque vivo en ti, me vivo,
y otra vez, gracias a ti, vuelvo a sentirme niño.

Gabriel Celaya. 


A medida que van pasando los días y las noches
se que los bares me extrañan, que los amantes
siguen prometiendo lunas a sus enamoradas, 
que la caricia nada vale sin una pasión en cinta
a causa del demonio,  que te quiero desde antes
de tus labios posáronse un segundo en los míos
un tanto tristes, y humectados siempre en amonio.
  
Yo soy de aquellos que no esperan mucho,
que me quieras, que me llegue a quemarropa
tu abrazo, tu beso cuando bebo de ron una copa,
mientras la voz de la ausencia escucho.

Pero todo pasa, incluso el travesti de la esquina
se ha recorrido con sus medias negras un par
de calles, incluso los perros que otrora ladraron
por mi llegada, duermen sujetos a la tibia calma
en las que mi pecho y su talle, han de resultar
a la cotidiana ebriedad a la que llego en alborada.
Incluso mis pasos, sin quererlo, van a toda prisa
tal vez por saber que al final de ellos hallaran descanso,
un par de monedas en los ojos, un cielo huraño y manso
en el que eco se enamoré fiel del sonar de tu risa.
 
Sabes amor, de mi vida tan anclada a la fatalidad
de un verso cual hoguera que no calienta, de mis manos
que sulfuran el olor a tabaco, de esta sombra cuando lenta
me toma del brazo para recorrer esta cruel espiral
que me lleva al lugar en que resuena un amor opaco,
y que recuerdo en la penumbra el sabor de tus labios.

Y yo no quiero que pase nada, que la estrella
que me haz regalado se congele en mis bolsillos,
que una vez sentado en el tren a la chingada
sigas siendo para mí, una razón más que bella
mientras mis letras construyen de humo un castillo,
en el que puedas instalar tu pecho, y pensar en mí. 

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