noviembre 10, 2013

Retazos XVII

CLXI

Me ahorraré la zozobra. El argumento
de las pardas sombras que están conmigo,
no es más que una parada en el bar
de la esquina, donde es la ausencia
una luz de neón que me invita a mirar
en tus ojos que no todo esta perdido.

CLXII

Bien sabías, que después de calzar
mis zapatos al despertar, encendía
un cigarrillo y me entregaba a la luz
del día. Sabías también que no era nadie
cuando escribía, cuando trabajaba,
cuando vivía o cuando a solas bebía.

Bien sabías que no podía ser
de otra forma; sabías de este pecho
y de estas manos que nunca callan,
de la nocturnidad con que la muerte
me espera para abrazarla deshecho.

Bien sabías, que después de todo
terminaría haciendo mis maletas
tan repletas de hollín y espeso lodo.

CLXIII

En la cofradía de la falta de luz
de los bares que me saben a ron
he buscado rostros desconocidos,
poetas escarchados, el calmo color
de aquel azul que esperan los vencidos,
un beso, una lengua tan sicaria del ratón
que prefiere las entrañas a los versos,
a dios, al extraviado mes de abril,
las canciones que esta voz ha cantado
y en toda esta maraña, te encontré a ti.

CLXIV

Aquí es donde yacen los cuerpos
que no supieron jamás el paradero
de su cabeza, donde los tiempos
se estancan ensoñando un recuerdo
en el tristísimo sepia de la belleza;
aquí es, donde todo resulta un giro
mientras cae sigilosa la moneda
y la nada me mira cuando la miro.

CLXV

Hablando como el idiota que por noches
enteras te confió de la utopía de hallar
después de tantas lunas, un certero verso
en el que pudieras tus manos descansar,
regresó al lecho donde el todo es tempestad
y miradas a filo de machete; triste regreso
a hablar como el idiota que por las noches
trato de hacerte el bien y te hizo tanto daño,
como el poeta que dejó de ser el hombre
de tu vida para vestirse de grises antaños.

Te quiero, te quise, no lo se.

Y en los rincones de la voz que apaga
sin rencores las velas y cierra la puerta,
asoma un mar que reclama mi cuerpo
y los suspiros de esta nada cierta
devorada por la terrible plaga del tiempo;
las horas también reclaman, las dagas,
las conjeturas concebidas, el alejamiento
de aquello sabido como el verdor de la vida.

Hoy, en esta noche en que carezco de metralla
para acusar mi destestable escrutinio de penas
y desdichas al destino cruel que me estalla
dejando soledades y glaciares en la cena,
vengo a hablar como el idiota con las maletas
en la mano, como el idiota no cesó de cantar
mientras dormías ajena a mi pasión mas secreta,
distante de la letra que te embadurnó de mi mar.

Te quiero, te quise, no lo se.

No hay comentarios: