noviembre 23, 2013

No me gusta el frío

No lo sé, quizás sólo sea que no me gusta el frío y aquí hace mucho. El entumicimiento de las manos, de los dedos, es precisamente eso lo que no me gusta, como tampoco me gusta sentir la necesidad de escrbir cuando hace frío. La propensión del hombre al error se ve multiplicada por cientos atravesando malos tiempos. Y no lo digo yo, ni el cigarrillo que en mi boca esboza un poco de calor parecido a la muerte mientras tiembla, lo dice el mismo frío y la niebla. Líneas atrás, por ejemplo, en la palabra cientos fallé tres veces, la primera vez escribí cientis, la segunda cientps, en la tercera, escrita ya lentamente logré el acierto. Y así la vida, a eso mismo me refiero.

Una buena razón para mantener el calor corporal es beberse un trago, lo aprendí en un documental en el que algunos tipos buscaban especies que creían extintas en la Antártida. Allá supongo debe hacer más frío que en estas latitudes, y a su vez, en ella debe haber menos hombres, lo que representa ya una gran ventaja. indudablemente por aquellos lares, siguiendo la línea de lo directamente proporcional, habrán menos fallos, menores humanos errores. Aunque eso en realidad, nada importa. La distancia también la mayoría de las veces resulta parecida al castañear de los dientes metido en el ojo de una fiera nevada. Tal vez más, cuando conjúgase con el deshielo de los mares de la ausencia. Pero estoy poniéndome un poco melancólico y tengo frío, y las manos y los dedos sufren de un voráz entumeciento, cuando siento necesidad de beber un trago para seguir escribiendo.

El cigarrillo nunca es bueno decía mi abuela, con un tanque de oxígeno a su lado y echando fumarolas hacia el cielo. El frío, sin más y estúpidamente me lleva a elucubrar en lo que nunca he tenido, en lo que ya he perdido y en estas latitudas en las que no se acostumbra la bufanda y el abrigo para combatir el frío.

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