noviembre 30, 2013

A tu lado, y contigo

Bien, 
tendré que empezar 
por lo primero. 

La justificación de mis actos 
es algo más de allá 
de mi propensión al vicio 
al que me he anclado 
por tantos años, 
y sin embargo, 
no me conlleva a soltar 
de tajo el timón de mi barca 
a pesar de los malos tiempos 
y la alta probabilidad en mi vida 
de chubascos con miras 
a terminar en un romance 
con el alegato. 

Pero debo empezar 
por lo primero, 
como debe ser.

A medida que la vida 
me otorgó la experiencia de los años 
(buenos o malos), aprendí 
a seguir mis instintos 
siempre consultados antes de dormir 
con todo aquello que dijeron 
o escribieron alguna vez 
esas grisáceas sombras 
que he llamado sabios. 

Y nunca ha sido tarea fácil 
parafrasear una idea 
en la que ya pesa en demasía 
una lápida y las millones de visitas 
que la hacen descansar 
en una supuesta grandeza. 
¡Ah, mis mentores, 
mis poetas, mis cantores, 
todos (casi todos, sólo es cuestión de tiempo) 
muertos, viviendo su gloria a solas, 
en silencio, con total franqueza!

No he de ser la estampa fiel del patán 
que se dice poeta para hallar 
un enjambre de muchachas 
que se dejen embaucar ante mi letra, 
aunque puedo hacerlo para crear 
de mí un arma indestructible 
que se dedique a quemarropa 
a crear. Pero no, no lo soy; 
no podría nunca. Alguna vez, 
inmerso en las primeras cofradías 
que las noches me brindaron 
sin saber siquiera de la resaca 
que queda después de copular 
el sentimiento con el pensamiento, 
cierto rayo de una arista de la luna 
me dio directo al pecho, 
y preferí ser franco 
con relación a mis dogmas 
a sabiendas de un futuro árido 
y con maleza de desierto. 

Y nunca antes, como ahora, 
toqué con mano 
propia la razón de mi deseo. 
¡
Culpad a mis sabios, pasión mía, intocable! 
Y de ahí mismo, 
se me surgió en el alma 
un big bang en pequeña escala, 
del que nació el hombre que ahora soy 
y la felinidad del gato que escribe 
y no se sabe partidario 
ni del poeta ni del escribano.

"Las musas, jamás se tocan".
Me dijo una vez un anciano 
que recitaba su poesía 
(¡Y vaya que era hermosa y sentida!) 
en los vagones de un tren oscuro 
a pesar de sus verdes, 
que me conducen diariamente a casa. 

Y me lo tragué, cómo el enfermo traga 
a la hora exacta sus píldoras 
y detona la poca fuerza que le queda 
en hacer sus ejercicios por la mañana.

Y no he de mentir, 
sigo tragando sus palabras, 
a pesar de estas noches 
en las que por orden de prioridad 
te escribo y después me bebo 
un cuarteto de tragos, 
en estas noches en que mis dedos 
se pigmentan de un amarillo tenue 
y se impregnan de un para siempre 
que esboza el tabaco.

Y tu, siendo una musa 
que me abraza en su realidad 
y algunas veces cuando nadie mira, 
me besa, vienes siendo la brasa 
que esta hoguera enciende 
con su precariedad de leños, 
que tanto precisan compartir su calor 
con la humedad de tus labios. 

Y no es que requiera 
la espera de mis apologías 
y del verdor de mis propios desiertos, 
es que metida en el sin embargo 
que acontecen mi pecho y mis letras 
te quiero. Aunque de ello dudes 
y me quieras querer sin tenerme. 

Pero sabes, siempre busqué 
por los pasillos a oscuras alguna pista 
de la autenticidad de lo dicho, 
sin encontrar jamás entre mi verso 
un propio y letal estribillo,
que sin embargo fuera del todo mío.
 
Y sólo puedo escribir a mi favor 
esta noche un te quiero 
esperando una réplica fiel en tu boca, 
en tus colores pastel, 
en el sofisma que me llevo a vestir la piel 
del Sísifo aquel. 

Aunque Sísifo nunca se enfrentó
 a al filo de tu pecho, 
a tus labios, a tu forma de ser Mujer.

Ha de joderme 
la contraposicion ambarina 
de lo que pienso y lo que siento, 
de los caudales en sequía que otrora fueron 
de una ética personal insondables ríos 
llegando a un certero océano. 
Eso es un hecho, 
tan real que pudiera compararse 
con este frío en el que me encuentro 
tiritando a solas con los retazos
de un latido otrora verde
y ahora deshecho.

Hace días di cuenta
de un centenar de poemas
que hablan de ti certeramente,
o en su timidez que es la mía,
te maquillan para no hacerte saber
que me dueles tanto
como mi alma se regocija
con la esperanza de saberte
entremetida entre el significado
de mi utópica ambrosía.

Y también ello me jode,
cuando recuerdo mis discursos memorables
de una ética y una moral
que yo mismo sabía que no pretendía.

Pero fuera de cualquier discurso moral
o la de este esbozo de patética retórica
en el que nada digo,
puedo subrayar que no en tu cuerpo
o en tu belleza, he encontrado
una razón para decirte que me encantas
y que en mi radiante sobriedad
tan sólo me me muero de ganas
de estar, a tu lado, y contigo.

2 comentarios:

Arya dijo...

Espero que te esten pensando..
y mucho!

Una simple linea llena de caricias para Ud Poeta.

Mis/l sonrisas!

Gato Pardowski dijo...

Arya:
En la imposibilidad de pensar, se halla lo certero.

Un abrazo!!