mayo 06, 2016

Mujeres, perros y un gato

Los perros mueren atropellados,
sobre las grandes avenidas,
un coche, dos, tres, miles
pasando encima de sus cuerpos,
esparcidos cruelmente en el asfalto
y ante ello aún hay quien sonríe.

Así la vida por aquí
en la urbe del fakir.

Sé bien que no soy un perro
pero me siento atropellado
y entonces un gato ríe.

...

El mundo entero la señalaba con el dedo,
como una vil y endemoniada puta,
como una alcohólica chica degradada
y yo la conocí como una febril señorita
soñando con el sueño de ser musa.

Y lo fue para mí
y la besé de mí enamorada.

...

Aquel callejón sombrío
metido en las entrañas del barrio,
la ternura de tu cadera y tus labios,
el beso que aún recuerdo y sonrío.

Nos despidió años después
un abrazo largo y un buen mezcal
puesto en la fe de hacerlo bien,
la próxima vez recordando el arrabal.

...

Vestida entera de negro
radiante y barroca siempre,
gótica te decía la gente
y yo sólo te decía en mi pecho.

Charlamos tantas ojerosas noches
sobre todas nuestras pasadas vidas,
que terminaban arrolladas por los coches
mientras sosteníamos una bebida.

Nunca nadie tendrá desde los pies
la belleza que nocturna te guardabas
esperando por un mejor después,
radiántemente y siempre inmaculada.

...

Desde un perfecto rosedal
de tibias caricias con cara
de rosas tenues y amarillas,
volteaste a ver mi oscuro caudal
de letras zigzagueando endemoniadas
y me sacaste de la muerte entre colillas.

Cristalínamente pura y radiante,
mujer de mar y picos azules,
mujer de corazón bello y quemante
a pesar de los clavos y tantas cruces.

Desde tus rosedales me miraste
y entre tanta lejanía me salvaste.

...

Me enseñaste a dejar de ser un niño,
a ser hombre, amante y a la vez amigo;
me diste el tesoro más bello en un hijo
y la flecha de saber que alguien mejor
puede dejarme sumido en el horror.

Me diste una luz y luego la apagaste
y me quedó un tejado donde escribir
cuando me muero cuando cae la tarde.

Me enseñaste a seguir en pie,
a pesar de la muerte y aquello de morir
a la espera de un sabio después;
me enseñaste a no renunciar
hasta que de casa a uno lo echen
cargando sus maletas repletas de sal.

Me diste la luz
y luego la apagaste
para no verme más
cargando mi espesa cruz.

...

Yo nada puedo y nada soy,
un capitán con la barca a la deriva
que se enajenó con tus voraces besos,
apenas un remedo de triste ganador
que soñó contigo sin mayor lascivia
que la espera de enraizarme a tus pechos.

Nunca mentí cuando dije te quiero
o quizás sí lo hice inconscientemente
por que era mucho más que eso,
cuando quise desprenderme de la muerte.

Estoy jodido y de la peor manera
en la que un poeta puede estarlo,
estoy borracho y me duelen el corazón
y el falo por ti tan repleto de blanco,
me duele la soledad de sobremanera
por ser el poeta vil que ahora mismo soy.

1 comentario:

Laura M. dijo...

"Gótica te decía la gente
y yo sólo te decía en mi pecho"

Esos dos versos son los mejores de todo a mi juicio. Precioso. Un saludo de gato atropellado.