agosto 31, 2013

En este ocaso inevitable de fulgores apagados

Este ocaso inevitable de fulgores apagados
trae en el aliento platos rotos y verdes cipreses,
conejos en la luna, el tierno vals de la ausencia
que tuvo siempre por pareja la demencia;
este ocaso trae en la garganta un ahorcado
que pende por poder el cielo tocar con los pies.

Y estando tan vacío y tan claramente viciado
me siento en la escalera a mirar las sombras
avanzando, engulliéndome de un bocado
cuando el reloj reclama mi partida y mi cabeza
mañana a primer hora, y con ella mis manos.

Tengo hechas las maletas y un boleto de autobús
con destino a ninguna parte, la barba un poco crecida
y este fracaso que me sabe a tinta negra derramada,
a sangre, a pasillos de hospitales sedientos de luz,
a catedrales recitando blasfemias nacaradas.

En demasía y tantas veces mientras solitario
y nocturno escribía, bajo la sombra de un manzano
imaginario, te vi dormir y añoré tu sueño,
y todo fue sólo un susurro, un verso en secrecía
de tunantes y demonios ensimismados
con la idea de recobrarse ante el espejo,
algún día, en otra piel que los mostrara risueños.

La poesía es una idiotez que esbozan
los que nada tienen y tanto añoran,
una extenuante necesidad de ser un mendicante
de belleza y de virtud, de la fe y del corazón,
de la vida y la esperanza de algún día curarse.

Y en este ocaso inevitable de fulgores apagados
habré de irme con mis silencios y licores de diario,
con la estela de humo que siempre me antecede,
con mis ojos pardos, con este acumulado llanto
que desde hace años en el último cajón he guardado;
este ocaso inevitable de fulgores apagados
me veo pernoctando en las grietas de mi canto
toda esta misma patrañería que busca sede.

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