agosto 13, 2013

Algunas veces espero suculenta la blanca muerte (y otras tantas)

Con mis escasos años, aún trepando
por la cuesta como un educado mono,
con la intermitencia del brillo de mis ojos
después de la resaca matutina y el sol
de diario, con la ausencia tan marcada
cual flagelo a mitad de la espalda y mi dios
que huyó cuando la sombra echó el cerrojo
y probaron mis labios la caña destilada,
con mi boleto sellado del autobús que conduce
al diablo, con esta confidencia de mi garganta
hecha nudo y la extinta lágrima que produce
esta pretensión absurda de cenizas al aire,
con mis letras que a mar y a sal sólo saben
en las esquinas puntiagudas de un solitario bar
en el que el fuego y la humareda siempre caben.

Con la punzada de lleno en el frío de mi costado,
con la copa a pesar de la derrota y del invierno
en lo alto, con la certeza de todo aquello incierto,
con el manzano de mis sueños dando frutos
a mitar del infierno, con este innegable mestizaje
del que disfruto inmerso en los oscuros suburbios
buscando maridaje, con mi pecho nunca cierto
entre las olas de un océano feroz y turbio,
con este aroma cimbrando la acera a tabaco,
con mi letra y la vocación asesina de mis manos,
con la brújula que apunta su aguja hacia el vientre
del nunca esperando el siempre, con mi boca callada
ante la voz que viene a cantar el blues del desencanto,
con mis ganas viniendo a decir mi alma descalabrada.

Y no te miento como lo hace mi propio fin
cuando viene a mí y a mis noches decadentes;
algunas veces espero suculenta la blanca muerte
y otras tantas, tan sólo espero por tu boca y por ti.

1 comentario:

Ío dijo...


No te diré más que gracias, Gabriel.
Gracias entonces, gracias, siempre.
Un beso con el abrazo.

Ío