octubre 16, 2014

Entonces me dueles

Esta noche corrí las cortinas
sin esperar jamás la belleza
de la hierba crecida.

Afuera, dos gatos
a muerte pelean
contra si mismos
sin saberse siquiera
la piel ni el mutuo respirar
en ese baile mortal e íntimo.

Puedo brotar como el rocío
del rosedal y estallar
estando en este siempre a solas
en el más febril de los llantos
o puedo escribirte esta noche
de oleajes españoles un corazón
cansado de su sombra y de beber
preñado de ausencia de los soles.

Anticipando mi muerte
juré ante la que será mi tumba
tragarme de un tajo el mar
y desistí de aquella necesidad
primaria en el hombre de llorar
y entonces mi lengua ahora muda
desconoce desde hace tiempo
el irrefutable sabor de la sal
bajando cual kamikaze
por las mejillas adheridas al hueso
de un rostro ya viejo y cobarde.

No mucho queda de mi vida
y sin embargo
tengo siempre un retazo del pecho
dispuesto y encantado a la agonía
de ser sin del todo ser anclado
a estos mascarados versos
a la imposibilidad rotunda
de vivir estando
clínicamente muerto.

Y entonces me dueles
como lo hacen los picos azules
de aquellas montañas
que jamás conoceré
o como aquellas
líneas en mis manos puestas
tan vírgenes de tu espalda
y de ese par de labios
en aquella utopía cantábrica
en la que te hice el amor
cientos de veces mientras
reía tras de mí el diablo.

Ojalá llegara
recíproco
y sin mayores
vicios
la calidad
de este abrazo
de un gato
que se hizo poeta
por no ser
un pobre diablo
aunque del todo
lo sea.

Para M.

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