octubre 04, 2014

A una mujer enamorada

Hace unos tres años
-quizá sean cuatro, no lo sé-
llamó y yo sin reconocerla
después de preguntar
quien demonios era
mi boca de pronto calló.

Venía de recoger a Axel
-Axel, es mi todo y mi hijo-
y me acompañaba su madre
-mi otrora y radiante mujer-
y era uno de esos días a tope
con el sol caluroso en lo alto
y mis ganas igual de torpes.

¿Un psiquiátrico?
¿Dónde?
¿Estás bien?
-le dije.

No me dio entonces
mayores datos
y algo dentro de mí
me incitaba a decirle
un "Nena, yo te amo"
aunque no fuera cierto
o quizás sí.

Me preocupas -le dije-
y sin notarlo a quemarropa
supe que sin más sonreía
a su extraña manera
mirando hacia abajo
sus pies morenos
-sus pies tan finos y hermosos-
y sonreí yo, tiernamente
con la certeza de que amaba
una sombra en mis paredes ocres.

Ella es una sombra radiante
y en todos mis recuerdos hermosa
y sólo la comparo con la gracia
de mis más marchitas rosas.

Ya nada sé de ella
después una carta enlutada
en la que me maldijo
como sólo puede hacerlo
con su más nítido amante
una mujer hermosa y enamorada.

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