noviembre 06, 2014

Muerta la noche

Muerta la noche y los andenes
por donde pasan enajenadas muchedumbres
a las que llaman gente, hieden cual aliento
de un alcohólico con fiera resaca despertando
furibundo y torpe a las diez de la mañana.

He contemplado siete maneras dignas de morirse
desde el punto de vista de la intrascendente
vocación de poeta y la vista se me nubla
de altares y botellas otrora llenas y hoy vacías
naufragando entre olas blanquecinas
y líneas estrofadas sin siquiera mensaje.

Entonces
soy conciente de mis ganas de morirme
y de esta fatalidad de hallar una octava
en la que la niebla con su beso perenne
consuma lentamente el latir insumiso
de míseros dioses y  tantos diablos armados
de una pasión disuelta en las dunas carmesí
en las que me crecen, descomunalmente
el pecho y algunos verdes en las manos.

Nadie me mira cuando interrumpo mi verso
para mirar al gato que pasea con un ratón
ya frío y desmembrado entre los dientes
ni siquiera la magnínica noche que ha muerto.

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