noviembre 16, 2014

Caen las hojas

Caen las hojas como cabezas sin cuerpo
rodando pesarosas cuesta abajo
y no soy yo, ni eres tu, ni es siquiera alguien
que toca a tu puerta o el crudo manojo
de recuerdos grises y podridos de nadie.

Pero hemos llorado mientras todos ríen
y hemos reído mientras todos lloran
por las cabezas que cuesta abajo ruedan
cuando nadie ha tocado a nuestra puerta
y sin embargo, las hojas no crujen igual
bajo los pies que bajo el influjo de la almohada
tapizada de sal y de esperanzas muertas.

Tuve una vez una aguda escalera
en los ayeres donde la sombra ofuscaba
el despertar inquisidor y los albores
me brindaban un vientecillo cálido
que nunca más será lo que era rebotando
contra mis sienes palpitando en la locura
de creerse aquella estupidez de estar sano.

Ya desde entonces las cabezas rodaban
y era nuestra generación, un ejercito terrible
de hombres y mujeres sin cabeza que perder
ante el nacimiento prematuro de encaladas
deidades con los pechos bofos y flojos
remendadas a mano de sus tantas cicatrices.

Nunca nos supimos parte de ella y de noche
nos embriagabamos en bares nauseabundos
pidiendo cada vez más cerveza y fumando
cigarrillos en el eterno afán de azular el aire
en el que ahogamos ferozmente el llanto
mientras la vida se nos iba en segundos
acumulados de vacío y de un espeso cancer
en el que a dios nos sentíamos igualados.

Sigo pensando que no soy yo ni eres tú
ni la ausencia cargada de sepias maletas
dejadas con un recado en la puerta
que nunca leímos por que sin más advertía
la pesadez de la certeza de pertenecer
a una generación desde el vientre podrida.

Caen las hojas como cabezas sin cuerpo
y nos tenemos las ganas del frío de la espada
blandiendo ahora un tibio sentimiento
que nos logre despiertar distintos por la mañana.

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