octubre 31, 2013

Cuando aquí llueve

Algunas veces cuando aquí llueve
dios ha de volverse una necesidad
insoportable, un inenarrable vacío
bajo el vientre, un invento detestable
del hombre sin la vocación de faquir.

Aquí a los gatos en su eterno maullar
les da lo mismo la copiosa vaguedad
humana devenida entre vivir o morir.

Sin embargo soy hombre,
y aquí llueve,
y en la distancia inalterable
de los dogmas adquiridos
la figura de siempre expuesta
en la cruz carece de nombre,
y el rezo que nunca recé
ha sido etiquetado como poco loable.

Me recuesto entre los platos rotos
de aquel ayer que continua presente
con los ojos puestos en la letalidad
del filo del machete,  en aquella foto
en la que sonriente me retrato sin cabeza
esperando las vísperas decadentes
de la ausencia que me llegó con presteza.

Ha venido un par de golondrinas
a invitarme a su vuelo sin maletas
y no se han resistido, a beber un trago
conmigo entre los huecos de las grietas
en que habito y de las que no he desistido.

Y sin embargo, inmerso entre la nada
de mis manos y mi pecho, sin más me llueven
torrenciales arrebatos bajo el mismo techo
que estas ganas absurdas que me mueven
a prender un cirio y dejar de ser el gato
que relame sus versos en el frío del martirio.

¿Y qué he de ser sino esta pasión elucubrada
en el latido cerebral que ha sido eyaculada
por mis trazos? Soy la misma sombra
que sin credo y gutural en su desdicha
da trapiés y anda de la muerte enamorada,
por esta senda de divinidades embriagadas
durmiendo en el polvo que embadurna la alfombra,
después de arrastrar la propia cruz de mis pasos.

Estoy de a poquito soltando la vida
que aún me queda, la he amarrado
a la cola de un extraviado cometa
que luce también triste y desgarbado,
estoy jodidamente solitario y extasiado
en la penumbra que acumuló el diario
de un poeta que soñó un mejor levante
y su palabra por dios, en estos tiempos
de los que nunca supe salir avante.

Tengo necesidad de anafres e incienso
quemando esta fatalidad de los muertos,
un abrazo que otros brazos no encuentra
en esta realidad en la que me recuento
embriagado y a la vez tan mísero y sediento.

Y es entonces, cuando los gatos más maullan.

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