marzo 06, 2013

Retazos VIII

LXVIII

Vuelvo a la tinta salpicada
de astillas de platos rotos,
al papel que elucubra en silencio
su blanco con alma de moro.

Al pie de la escalera
son voraces los gusanos
que de noche esperan
para comerme las manos.

LXIX

Con la sal en la mirada
la mariposa termina su ronda
con las alas vacías
y el vuelo marcado en zozobra.

Algunas veces en mí posa
sus ojos a mitad de un aleteo,
y así siento nacer una rosa.

LXX

En mis gavetas hay lugar
para las memorias indecentes,
para el amor al filo del machete
y un espacio reservado
para la exquisita vaguedad
a la que me lleva del brazo
el demonio vestido de Muerte.

LXXI

Luce una sonrisa mascarada
y el escote en tono de blasfemia,
zapatos altos, las pestañas rizadas,
el vientre visiblemente descubierto
y en la mirada toda su carencia.

Triste resulta la propia vida
cuando es negociable
la carne que no es prohibida.

LXXII

Tienes razón en todo aquello
que conlleva al fatídico verso,
cuando descalzo y silente
ha de estallar bajo el vientre
aquel retazo en el que somos universo.

Algunas veces me muero de ganas,
otras tantas,
amordazo la desgana en la Muerte
que te trae hasta aquí
entre el latido y mi tinta en grana.

LXIII

Mar adentro una bandera resalta
ondeando el fulgor de la sal
nacida a mitad del estertor
tendido a medio día al sol,
surge la palabra y embellecida
elucubra los pies descalzos
rondando la gloria del verso
rodeado de un blanco cadalso,
ataviado en dualidades insomnes
taladrando con su beso la noche.

LXIV
  
Las sombras han de dejarme
un beso sellado en tinta negra
en el cajón de mi perdición,
las luces han de ser siempre
motivo de inclemente renuncia
y para mi verso y su abdicación.

LXV

Me acuso de ser
aquel que te sueña desnuda
prendido a esta desesperanaza
del papel y la pluma.

Saberme en el incivil infierno
no me resulta tan dañino
al encontrarme siempre en invierno.

LXVI

Colgada de la Luna una pasión
se pinta los labios de carmín
y no se inmuta al mirar el reloj.

Yo le aconsejo dejarme dormido
en la espesa calma
del después de un par de trago,
dejar con vida el alma
de aquel poeta empedernido
que recoje en su vaso los estragos.

LXVII

Me pesa en demasía la mirada
de aquellos tiempos de antaño,
las propias ganas seducidas
por la gloria cada vez más alejada
de mis aún carentes años
con vocación de suicida.

Tómate un trago conmigo,
fúmate mi eterno cigarrillo
y conocerás el estribillo
que le canta nocturno a mi ombligo.

LXVIII


Tan sólo he de pretender
con esta luz de Luna
eyacular, siquiera alguna,
de mis maneras de perecer.

LXIX


Mi Mujer de ha visto cansada
de dormir con este eterno muerto,
se ha sacado los ojos en frenesí
sin mirar este espasmódico huerto.

No es que me pese la realidad
que viene devorando mis huesos,
es que me duele más en sobriedad
este regurgitar nocturno de versos.

A pesar de mi ebriedad,
siempre he de cuidar su sueño.

LXX

La llegada de las sombras,
el tabaco en los labios,
el trago en su diaria ronda,
lo que olvidé de los sabios.

La letra que he pretendido,
los amores que he malgastado,
los cirios antes de tiempo prendidos,
el espanto en un tren descarrilado.

Nunca he perseguido más
que el propio sueño
carente de precio y de dueño
enroscado en un negro alcatraz.

LXXI

Como el demonio lascivo
de las noches más solitarias,
como aquel dios crucificado
cargado de ladrones a cada lado,
como a salvedad puesta en rebaja
en cada supermercado.

Hoy que mi letra viene a la baja
propongo el empeño del alma
a pesar de andar cabizbaja.

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