Han de doler más las noches
en las que el pecho resuelve callar
y las manos se caen a pedazos,
aquellas en las que un fino silencio
logra colarse después de tender
al sol el alma en mansos retazos.
Hoy, me retiro a mis aposentos
fúnebres y dulcemente perversos,
a las fauces de ese exilio lento
en las que espero estalle el universo.
Esta noche la Muerte
no ha venido a cobijar
con su beso mi frente.
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