La verdad no se halla
en las macetas rebosantes
de helechos que cuando chico
arrasé entre los juegos de pelota
y mi vocación natural
de explorador.
La verdad no es
sino una terrible mentira
equiparable al instante
de delirio en el que se cierran
las piernas de una chica
después de gritarle a dios
una vocal por segundos sostenida;
solo es equiparable
a la calma efímera
que viene después
de la guerra de dos cuerpos
esperando una mutua eyaculación.
Y aunque ciertamente
es delirante y dulce,
siempre es corta
e irremisiblemente pasajera.
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