marzo 10, 2013

Retazos IX

LXXIII

La tormenta sabe a lo mismo
cuando ha de ser la espalda
la que trae punzante
el océano, y una navaja
bajo la lengua nos recuerda
empapados el silencio
del nocturno tunante.

LXXIV

Quién se atreve a besarle
la mano a la Muerte,
quién aterriza el deseo
de la carne en este suelo
pisado sin suerte
por tantos cobardes,
Quién juega a esconderse
de la gloria impracticable,
quién no vomita plegarias
ante este cielo deshechable.
Quién escala los infiernos
sobrio de malas tintas
y aterciopeladas pasiones,
quién se abanica con pétalos
de una rosa eternamente marchita
cuando callan las canciones
con la guitarra en cinta.
Quién se jacta de hacerse
el imbécil al pacto del latido
que ha nacido inclemente.

LXXV

Tras la cortina miro
el rumbo de los coches,
la gente que a diario pasa,
mientras espero y le estiro
la mano a la noche.

Y entre mis pausas perdidas
reconforta encontrar a la Muerte
preñada del vaivén de la vida.

LXXVI

He de avisar la bandera
de todo aquel derrotado
por la grandeza.
He de beber la tristeza
de todo aquel calcinado
por la espera.

He de ser aquel que nombra
entre tinta y papeles
aquellos oropeles
en los que busco mi sombra.

LXXVII

Sumido en la ausencia
revuelvo el polvo del cajón
en el que yace la carencia
prendida a una oración..
Con mis arcas de letras repletas
he de seguir al dios
que se marchó con mis maletas.

LXXVIII

A pesar de lo grisáceo,
de este mundo tan mío
y tan inclemente,
han de venir a revolotear
cerca de mi bellas mariposas
sin miedo de su suerte,
sin el temor de aguzar
su belleza en la nariz
de este gato improcedente.

LXXIX

Dos grietas a mitad de las paredes
remarcan lo que es y será la vida,
aquel pez que no logró huir de las redes
de la Gloria a pesar de estar podrida.

Prefiero ser el loco
que escribe a hurtadillas
sin la necesidad
de esta fiera bombilla.

LXXX

Quizás no exista la necesidad
de que estas manos imaginen
la línea divisoria de tus bragas,
el sabor de la salvia en tu boca,
los cálidos linderos de tus pechos
recrudecidos en mis fieras ganas.

Aunque quizás no exista
aquel dios llamado nada.

LXXXI

Me ha dado por escuchar
últimamente,
el crujir de media noche
de los huesos,
la carraspera de las aves
sin vuelo,
la O sostenida en la boca
de la Puta,
el estertor carmesí del sol
de febrero.

Me quito la cabeza
para volver a escuchar
mi propio pecho.

LXXXII

Sumerge los dedos 
en una solución de sal
y el más feroz de tus tragos, 
reviste tus paredes de cal
y procura callarles la boca,
enmarca en oro los estragos,
acumula en tu calzado una roca
y el resto es sentarte ante la noche
a esperar del verso la verdad.

LXXXIII

A ti, que encabezas mi lista
de demonios preferidos,
mis canciones detonadas 
entre silencios y alaridos,
mi palabrería dando tumbos
entre volutas entristecidas
que me perfuman moribundo.
A ti, que me recibes malherido
después de esta guerra sin batalla
he rezarte en un verso maldecido.

LXXXIV

Esta voz no da para más
cuando el vivir es por inercia
y en la garganta se sufre
el trastocamiento de la arena.
Son mis manos el motor
que no se queda sin combustible,
la revolución que pretende
hacer de esta locura en combustión
un medio capaz de ser vivible.

LXXXV

Es curioso hallar en la bebida
un medio equilibrado
donde la que da tumbos,
es sin más remedio la vida.

LXXXVI

Algunas veces recuerdo
las fotografías bajo el polvo
por los años acumulado.

Ahora mismo que las miro
ha de quedarme claro
que tu abrazo huyó radiante
intuyendo mis fúnebres faros.

Algunas veces recuerdo
cuando mis ganas inocentes
buscaban en tus labios
callar este destino inclemente.

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