Las doce cero seis am
y los gatos que fornicaban
a quemarropa bajo mi ventana
hace un mes que no vienen
a incomodar mi sueño de dormir
como duerme la gente decente.
Ahora mismo bebo el segundo trago
enciendo bajito el viejo televisor
tan solo para no sentirme tan sólo
y con mi alma siempre en llamas
el vigésimo segundo cigarrillo.
En la ventana
una mano toca desesperada
y no hago caso a nada
cuando estoy ardiendo.
Pero extraño los gatos que fornicaban.
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