agosto 27, 2014

No sabemos amar

Lo mío es andar tras la palabra si es que sangra los papeles por donde tranquila camina el alba. Creo que no necesita mayor explicación. Es un absurdo, como el que siempre arremolina entre mi pecho y mi cabeza. ¡Vaya que es linda la luna esta noche! Pero olvidaba que no estás, aquí, conmigo. Esa es otra de las vertientes por las que la letra en mis grises vacíos resuena. Sí, resuena como el mar dentro de una caracola. ¡Qué magnífico ron estoy bebiendo, por cierto! Beber ron y andar tras la palabra, sí. Eso es lo mío.

He estado desde hace tiempo contando cadáveres deshechos en la avenida. Perros, gatos, ratas, ratones y un pollo. Alguna especie jamás concebida por Darwin. Da lo mismo. La muerte como la mierda no discrimina, todos cagamos y todos alguna vez flotaremos en el estanque de los peces muertos. Es un signo inequívoco de la vida, así, sin palabras bonitas ni mayor filosofía. Pero ¿en qué estaba? Es cierto, en los cadáveres disueltos bajo cientos o miles de llantas. Yo no pretendo morir así. Debe ser una muerte detestable: un error de paso, un tropezón, un traspié, y luego un choque resquebrajando tu cabeza o haciendo estallar tus entrañas; un momento de dolor, la luz y entonces los rosarios y el moño negro enlutando una cruz.

Es una muerte reservada para idiotas. Incluso hay gatos de esa naturaleza. Demasiados. Me dan un poco de vergùenza, lo confieso. Un gato idiota es lo equivalente al hombre contemporáneo: nace, crece a costa de la teta materna, fornica a lo loco, se reproduce por error y luego espera bajo las llantas del autobús a que el destino le de muerte. Son menos idiotas en población los gatos pero siempre queda un hilo de la estirpe necia. Y más que saberse de tal o cual nación es lo que al hombre en sus cabales le apena.

Es por eso que escribo. Mi verso son las ruedas del ferrocarril que de noche me pasa por encima mientras duermo y si es que el ron me da lo suficiente, se convierte en mi chica y en mi siempre. ¿Trágico? ¿Incivil? ¿Indecente? Para nada. Puede que esto que escribo sea la mayor insensatez del mundo, pero es el suero que me inyecta vida a través de lo vivido en aquella sala de espera bebiendo un trago, hombro a hombro con aquellos que no esperan nada. Y entonces mi cigarrillo enciende la punta de mi nariz y lo recuerdo como compañero, como caudillo de la causa que viaja sin quererlo a la más devastada de las hondonadas.

Lo mío entonces, es la palabra, el trago y la punta envuelta en una humeante rosa del tabaco. Tantas cosas más habrán y sin embargo no valen la pena. Quizás sí el amor, pero a expensas de esperar junto a los vagabundos de la razón el desamor estallando contra los cristales de un automóvil en llamas abandonado. Es el amor una pena y un abandono en esta era del ensimismamiento lado a lado de ordenadores que nos muestran en tierras lejanas. Y sin embargo, diría el dedo índice de algún poeta sobreviente del pasado, tan romántico. Yo pienso que el romanticismo es un espectro que de vez en cuando aparece y en su canto no hace más que brindarle un canto a lo podrido y a la muerte. Piénsalo bien, nunca nada existirá más sublime que la nada y la nada, es la tierra sobre los párpados, el mecánico olvido de lo que fuimos y la serenidad que en vida jamás no importando el tiempo conjugado, no obtendremos ni obtuvimos. La nada es lo más bello y lo más romántico resulta la muerte. Y en realidad, ahora que tambaleo pienso, en Neruda y en el bulto que en mis pantalones crece.

No sabemos amar, me digo y tal pensamiento rebota en las paredes en las escribo.

1 comentario:

Arya dijo...

Escribimos para salvarnos.. Quizas la intencion es poner este rompecabezas de vida... en algun tipo de order soñado.

Es mas que no saber amar..
tan solo es
que amamos demasiado.


Abrazo.. T