diciembre 01, 2013

Del reloj dando las tres de la mañana

Estoy aquí, sin más razón
que la de esperar el ángulo agudo
del reloj dando las tres de la mañana
mientras me bebo un trago
y evoco lo peor de mi calaña
en la humareda de mi feroz tabaco.

Hoy recordé a mi némesis de la infancia
que yace ahora olvidado bajo una lápida
-lo degollaron después de una golpiza-,
y también como una película inenarrable
empecé a tener un par de recuerdos de ti,
de tus besos, de tus manos que aún sin tiza
han dejado su fiera marca en mi espalda,
cuando me resulta tu nombre ahora inombrable.

Y estoy aquí, ya embriagado
después de la promesa de caminar a tu lado,
después de la embolia que aún no me ha dado
por quererte como te quiero
situado en mi razón en la que desespero.

Hoy pretendía abrazarte en el mismo bar
que ha de callar nuestro palpitar secreto,
llamarle al camarero por un nombre distinto
-siempre te ha hecho reír  un "¡Hey, Crispín!-,
para decirte después que mis ganas -mis ganas de ti-
elucubran en tus formas un demonio que creí extinto
y que morir entre brazos es lo que más requiero.

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