diciembre 22, 2013

De la sal, del mar y de lo perdido

No es nada, es la ciudad en llamas
y una barca por la ausencia tripulada.

Como tantas veces, hoy detuve mi andar
con su lóbrego paso en el recodo de un viento
que me cantaba canciones de mar
entre la luna y un corazón en pedimento,
y la ciudad, se reducía a volátiles cenizas
danzando abrazadas a una noche sin edad.
 
Regrese a aquella banca del parque
donde solía estar sin estar del todo,
volví a ser por un recuerdo y un instante
lo que no puedo ser ahora que bebo tanto
y me vuelvo cada vez menos queriendo
ser entre remolinos de nada un gigante.

También he vuelto a aquel mal hábito
de crear comunión con el mar y el salado
fin que conduce de noche a llorar,
y he llorado, tanto, como un niño sin su madre
perdido en la plaza o en el supermercado,
cuando las ganas para más no me alcanzan
y estas manos solo escriben a su manera
descalza y cobarde, una horda de versos
que siguen del desamparo la ruta y la sangre
que impide el brillo nacarado de mis huesos.

No es nada, quizás un cúmulo grisáceo
de humedad a sabiendas de hallarse perdido
esperando que sus gotas confundan este llanto
con la cortina marina que se ha desprendido
de mis ojos, ahora que callo este mio canto.

Hoy que recuerdo el ciprés de un amor
que terminó muriendo sin su colosal altura
y sus copiosos verdes, escondo la mirada
por que también con el tiempo perdió
la bravura con que antaño enfrentó al sol,
al ensueño que precisaba tacto y fina locura.

Y mientras bebo del filo de mil hondonadas,
lamento que este deslucido te quiero,
no hallará lugar propicio en el utópico para siempre.

Repartamos pues, las culpas y los bienes,
el corazón de cada cual envuelto en lama,
pero dejadme por la noche los viernes,
los bares y esta ciudad siempre en llamas.

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