diciembre 05, 2010

Carta a Ninguna Parte III

La ciudad tiene el mar adentrado en las entrañas. Una marejada imperceptible nos ha hecho presa de un aliento literal anclado al prefijo "des": Desaliento. Somos la masa que a diario se mueve por los andenes nocturnos que huelen y hieden a fauces, que nos devoran sin clemencia, al correr inmutable del reloj y de sus horas. No te encuentro hace ya bastante tiempo, por más que mire con vista periférica, no te siento por más que busque a tientas tu cadera. Me cunden las ganas de estrellar mi cabeza contra el metal de la noche endiablada, de perseguir al cometa que un día de abril perdí entre el cielo cuando la inocencia hacia ese mismo cielo escalaba.
Alguna vez muté y mi piel se fue cayendo a pedazos, el pelaje me convirtió en un animal receloso de la noche, encantado con las flores que el hombre ha llamado licores y que me llenan de a poco los riñones y me mantienen con los dioses en contacto. Esos dioses que al cabo ya están guardados en el crujir maldito de las gavetas, clamando por el mismísimo antaño. Y yo, aquí mismo, deseando estar también en una empolvada gaveta aislado del mundo y de sus copiosos desencantos. Pero he tenido la suerte de ser mortal, de no estar expuesto a libaciones y de mantenerme en el plano carnal; estoy demasiado sexuado y por mi mente esta noche de apagadas algarabías, solo encendería mis focos el calor de tu piel a mi tacto, como la primera vez que te toqué, como todos los soles de verano, irradiando el rosa de tus labios.
La noche está desierta, no hay gatos en los contiguos tejados, no hay razón para esperar la aurora y el encanto anisado de pronto se me agota. Busco entre mis manos un verso que te acerque al punto más audaz e implacable donde las horas te coman la boca, e intentes en plena oscuridad buscarme; aquí estoy, repito como vana oración mientras el techo se me empieza a caer sobre la cabeza en finos retazos. Aquí donde siempre, donde te estiro un trago, donde la luz quema los ojos, donde la gravedad no es un punto rojo para mi pantalón y su tiro abultado, donde al clamor de mis versos tiranos un funeral no es del todo triste ni denota un final agrietado.
Pero el furgón avanza, con el rugir de su maquina y sus dolencias, con sus sueños calados, con el peso del equipaje que de nada ya le ha de servir, con sus fríos de invierno, con la mirada perdida en el abismo que todo deja macilento. Ya estamos muy adentro y con la sal metida hasta los huesos. Y ya, ya no te espero.

4 comentarios:

Alicee dijo...

el recuerdo febril de un callejón inocente con dulce sabor de insolente trasluz donde invocados pares añejos perviven el fluir del viento preñado de adioses incopmletos por el ingenuo saber de los nuevos tiempos, sí.

Mondragón de Malatesta dijo...

Y ya, ya he muerto, y ya, ya me suicidé por ti. Y ya, ¡coño!, dejad de joderme la vida con tu vida. ¡Debes morir también!

Fragmento de la carta, "A mi amada".

Anónimo dijo...

Creo que comienzo a comprender tus días en soledad.La noche, solo sirve para recordar... q tortura.
Me quedé en abril...
Besos

Romek Dubczek dijo...

Dijo Dostoievski que el ser humano es el animal que nunca pierde la esperanza.
Saludos