Justo en la arista más cruel
de esta rojiza y cabizbaja habitación
nace un murmullo bastardo
y el recuerdo del tintinear de las copas
de los bares que me arroparon
el alma y este remedo de corazón
que ahora carga con su después.
Y yo, todo oídos, escucho también
el vómito nauseabundo de la luna
que arrojé en fiera sobriedad
al cesto donde descansa la basura
de las olas perdidas del mar.
Me faltan manos y versos
un tanto de agallas y siete tragos
para poder aniquilar mis sueños
de los murmullos metálicos de la hoz
que siempre suenan causando estragos.
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