febrero 01, 2013

Memorias a oscuras

I

Es mi penúltimo cigarrillo,
el que hace mutis
y a cada fumada
enciende su etiqueta de mártir.

He dejado la pluma
en esa bolsa oculta
dentro del saco,
junto a la maraña de papeles
que van conmigo
y por doquier me acompañan,
esos papeles
que no han de servir,
o lo hacen justo en el fatídico
día en que me topo contigo.

Afuera el frío se ha estancado
en el viento que se quedó jugueteando
entre las cortinas
que oscurecen las ventanas.
Sinatra suena al radio,
levemente,
y hace un estrepitoso eco
en las olas que de cuando
en cuando se forman en mi vaso,
en la serenidad del trago
que me lleva a escucharte respirar
a intervalos de tiempo
en los que el mundo
halla su efímera calma
y amordaza su deseo
de despertar.

Y todo es nada.
El mismo y viejo estribillo.

El humo se eleva
y siguiéndolo con la vista
me lleva a mirar un par grietas
en el techo que empieza
a embadurnarse de un triste amarillo.
Sinatra por fin se calla
mientras a lo lejos
los perros ladran
y los minutos
sin temor a tropezar
consigo mismo, corren
y tras mis hombros pasan.

Mis manos, pienso,
y en el cenicero la muerte
descansa cuando despojo
de los dedos ambarinos
ese penúltimo cigarrillo.

Son mis manos
las que resienten el frío.

II

Hubo una bóveda,
totalmente alejada de tu boca
llamándola celestial.

Hubo un poeta,
una Luna nacarada
y la demente celeridad.

Y nunca fue el ensueño,
ni el tiempo en la distancia,
fueron las propias alas.

III

Recordará Usted las botellas
de vino tinto, las groserías
de la yerba para conmigo,
las largas charlas, las letras,
las pinturas, el disco de Sabina
en la pared sonriendo cínico.

Los demonios revoloteando
por doquier en cualquier clima,
la cerveza, los malos estigmas,
la guitarra con "las cuatro y diez",
la incoherencia de Chava Flores
y la borrachera en plena cima.

Pero Usted, sigue siendo el mismo,
después de tantos y tantos años,
y yo, soy sólo aquel que reescribe
su memoria envuelta en cinismo.

IV

Ella se encargaba de regar
cada día,
las flores que pensé
alguna vez,
decorando el epitafio
escrito sobre mi tumba.

Pero aquello de la Muerte
cansa,
como se han de cansar
la flores al embadurnar,
al muerto que cada noche
sin avisar se derrumba.

Ella se encargaba de dios
y del diablo,
yo, de mi propia Muerte
inmerso en sus labios.


 
Háblame del rosedal
por donde los gatos
andan en fiero caudal,
libres de todo arrebato
maullando entre aromas
y gorjear de palomas.

Dime de las verdades inciertas
que el tiempo cuajó en tu boca,
de las certeras mentiras abyectas
que acumulan su peso en mi roca.

Estrófame un par de latidos
prendidos sobre la hoguera
en la que me debato, perdido.

VI

Puede tratarse de un asunto
burdamente anacrónico.
hereditario hasta los huesos,
o quizás de un guión cómico.

Pero cada vez que bebo
y he de hallarme tambaleante,
de pronto aparece el "debo"
con su moralidad quemante.

El único deber del hombre,
bien podría ser la Muerte
y olvidarse que tiene nombre.

VII

No es el candor de tus senos
acurrucados como febriles ciervos
en el rincón más frío de mi pecho,
no es tu sonrisa vilmente escondida
bajo un pasado que te dejó dolorida
de esto que se empeñan en llamar vida.

Algunas veces te sueño
princesa de un bar
donde al borracho
no le da por pensar.

Y es en la imposibilidad misma,
con sus tragos a oscuras
revistiendo una noble locura,
el lugar en el que te hago mía.

Aquí no hay campos de fresas
ni quiméricas princesas...

VIII

En tu sonrisa encuentro los caminos
en los que nunca pude hallar a Roma,
y tus abrazos han de volar tras de mí
cual parvada de blancas palomas
siempre queriendo un poco más
de vértigo, en este demente arrabal.

Y duermes mientras mi mano tomas,
con la certeza de llevarme a los días
en los que la felicidad era compañía
de mi latir sin conocer los axiomas.

Y yo tan sólo
la frente te beso.

IX


 Foto de Eric Marvaz.

Es entre tus pechos, el cigarrillo
la cereza del inveterado pastel,
la Luna alumbrando tus pies
mientras suena un triste estribillo.

En tus amarras la noche pernocta
el cantar de un loco peregrino,
las mismas ganas que denotan
con sangre fresca al asesino.

Debiste ser Mujer, dijo el tiempo,
debiste ser mía, dijo la lente
presintiendo tu halo inclemente
de luz arraigando un voraz sentimiento.

X

Se me revuelven las ganas,
el sentir enclaustrado en la caña,
los dioses vueltos infantes,
los meses en los instantes.

Algunas veces después de mirarte,
me viene la imagen del labio
profesando la Muerte del arte,
enraizado al pensar de los sabios
y la conveniencia en  matarte.

Pero tu boca sin más
a quemarropa me detiene,
y es mi alma de rapaz
la que en tu vientre se adhiere

Sé mi Musa, mis pulmones,
mis ansias recién cargadas,
mi pluma, mi verso entre canciones,
mi luz de tantas Lunas enamorada.

No hay comentarios: