XXIV
De entre los muertos sedientos
que en el armario habitan,
siempre hay uno más blanco
y más cruelmente desierto,
aquel que me recuerda
con una sonrisa marchita.
XXV
Aún en el dulce bochorno
característico de la ebriedad,
entre la elipse de un doble fondo,
me da por pensar,
por pensarte a quemarropa
esperando una calma fatalidad.
XXVI
Afuera no hay gatos
mientras la noche
muestra un cielo estrellado,
insulsa es la vida del hombre
que sólo espera recibir zapatazos.
XXVII
Mis años me recorren ya los ojos,
estos pies a pesar del corto camino
sujetos al lodo y tedio del cansancio,
han de ser portadores de vulgares
pasos dados sin norte ni rumbo,
esperando en el amor un descanso.
XXVIII
Me causa una cierta aversión,
un revoltijo en las entrañas,
un temblor, un intempestivo mareo,
cuando me llaman señor.
XXIX
Sin embargo me acuso
de ser ese paupérrimo
postor de tantas Lunas
sumergidas en el vaso,
de ser el mismo tipo
ensimismado ante el candor
vuelto en mis dedos
el palpitar en arrebato.
XXX
La mayoría de las veces
despierto con la boca seca
y los sueños,
recubiertos de espesas heces.
XXXI
Una hoja llevada a cuestas
por la impiedad del viento
suele ser el designio del cielo
como metáfora del sentimiento.
XXXII
Como la sangre en el pecho,
como el poema buscando dueño,
esta noche, como las aves
pretendo largarme muy lejos
con un polvorín en la maleta
y la pobreza cual divisa
de esta abyecta calavera.
XXXIII
Quizás antes de morir
logre del todo confesarme,
hablarle de tu a los diablos
mientras en estertor
pueda atragantarme con mis labios.
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